3/24/2009

8ª Feria de la Magdalena: "Domingo de Gloria"


Informa: Patricia Rodríguez. Crónica del 22/03/09


Más de una tarde de esta feria ha tenido sabor a penitencia. No suena extraña esta expresión en el mundo del toro cuyos aficionados tienen el San Benito de ser auténticos sufridores. Pero ayer la penitencia tuvo su recompensa. Ayer era Domingo de Gloria.

La llamada corrida mediática del ciclo dio un giro de 360º grados cuando Miguel Ángel Perera cogió por banda al segundo de Vegahermosa, aún no hablo de lo que le hizo al quinto, ni tampoco Cayetano al sexto. Sí, Cayetano. Porque ayer Castellón vio al Cayetano más torero, el que sale a darlo todo en las grandes ferias. Francisco Rivera, como casi siempre, actuó para ese público fiel que venera los apellidos Rivera y Ordoñez, juntos o por separado, y al que sabe cómo meterse en el bolsillo. Y en este punto, es donde me niego a hacer literatura barata y desgastada hablando de que había más mujeres que hombres en los tendidos porque no, no las había y porque no, no me parece justo.

Salió el segundo de Vegahermosa y avisó Perera con el capote lo que iba a venir con verónicas a pies juntos, con clase, con hondura y se gustó por gaoneras tras el puyazo. Faena de temple y serenidad, de inteligencia y compromiso. El toro no estaba por la labor y Perera lo toreó al ralentí con la izquierda, acompañando su embestida, dándole instrucciones y obligando a que las cumpliera. Muletazos de mérito con la derecha y una buena estocada le llevaron a tocar pelo por partida doble tras un aviso.

Y en el quinto el rabo, la gloria. Salió el toro sin fijeza, lanzando derrotes, pero Perera ni corto ni perezoso se fue a por él. No le hizo una faena, sino un faenón. Comenzó con la diestra, sometiéndolo, controlando su brusca embestida. Abrió el compás, pegó sus zapatillas en la arena y le dijo: toro, tu por aquí! Y comenzó a ligar derechazos y uno, y otro… y el público le regaló una ovación. Se fundía el complicado ejemplar con la muleta, no sin darle algún susto al matador. Más complicado era el toro por la izquierda, por donde intentó robarle tandas meritorias. Remató con la derecha y se adornó en un final apoteósico con estocada incluida. Dos orejas y el rabo. Sí, el rabo y sí, la gloria.

Cayetano fue torero en el sexto, un bravo ejemplar de 571 kilos que entró dos veces al caballo –la primera lo derribó—y se acopló en la muleta. Lo sometió Cayetano con doblones y siguió ligando por el pitón derecho. Ahí estaba el mejor Cayetano. Se cambió la muleta a la izquierda y el torito respondía bien. Llegaron los naturales a pies juntos, ligando y llegaron a sus oídos los olés sinceros. Remató la faena rodilla en tierra y en la mente del público apareció el Paquirri más bullidor. Un suspiro, estocada y oreja. Vestido de azul mar o quizá de azul cielo como homenaje a esa cuadrilla que le protege, no se dejó ver así en el tercero, un toro flojo y con el que no llegó a comprometerse del todo, aunque se le vieron ganas más que maneras.

Lo mejor de Rivera Ordoñez se vió con el noble ejemplar de Vegahermosa. Fue una faena de menos a más en la que tras enganchones con el capote y pares fallidos, toro y torero se vinieron parriba tras las primeras series con la muleta. Bien por el pitón derecho con una embestida noble, humillando y él ligando, acompañando al toro en el viaje. No iba igual por la izquierda y Francisco volvió con la diestra dispuesto a gustarse y a gustar. Tres pinchazos le privaron de obtener un apéndice. Con el que abrió plaza realizó una faena facilona, sin comprometerse y de la que sólo cabe destacar su labor con las banderillas.

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