Por Patricia Rodríguez
Los de Valdefresno habían oído hablar de ‘censura’ en Pamplona.
Esa que devolvió a los ‘cebadagagos’ que hoy tenían día y hora en el encierro a
su Medina Sidonia natal. No en vano, ellos habían sido advertidos de que su inesperado debut lo había desencadenado una decisión veterinaria. Acertada o no, eso es otra
cuestión. Tomada sí.
Aunque los salmantinos pasaron el reconocimiento sin
problemas, el miedo al rechazo sobrevolaba en los corrales de Santo Domingo con
el mismo peso que el fantasma de los ‘cebadaditas’, ganadería mítica para los
que corren en San Fermín. Dubitativos, los seis Valdefresno se resistieron a
salir tras escuchar el primer cohete. 1, 2, 3… y así hasta 11 segundos tardaron
en tomar la alternativa en los adoquines a iniciativa de un cabestro. ¡Lo que
hace la experiencia!
El generoso anfitrión fue limpiando las calles al
paso del novel encierro. Un gesto que alentó a uno de los astados que, al
parecer, se había estudiado el recorrido y tomó la delantera creando tanta
tensión como emoción. A sus espaldas, el resto de la manada se mantenía
compacta y a un ritmo más contenido pero, eso sí, imitando al líder en las
miradas amenazantes a un lado y al otro de la cuesta y también en Mercaderes,
como si los corredores fueran enemigos o ¿censores?. Sólo ellos saben lo que
les pasaba por la cabeza.
Lo cierto es que fue prácticamente imposible cogerle
el ritmo al que lideraba la torada, que incluso arrasó con mozos con tantas
piernas como experiencia en Estafeta, dónde se unió al manso casi llegando al
tramo de Telefónica. Sí fue posible ver ‘carrerones’ con sus hermanos que
dejaron algunos huecos para que los corredores tocaran pelo no sin antes
tocarse la cara. Porque con el toro en los riñones no existe veto mayor que el
del ‘compañero’ de carrera que te tira fuera de ella. Otro día será, amigo.
Con este panorama, los 'valdefresnos', ya aliviados por
verse aceptados en la capital del toro, entraron en toriles a los 2’ 27”. Cifra
a la que hay que restar los 11 segundos de duda inicial para
hacer justicia a un encierro rápido y, de nuevo, sin heridos por asta de toro. Un evento que, más allá de los toros, sí tuvo una prohibición expresa: la de cortar el paso a la marea humana que accede a la plaza siguiendo al encierro para proteger a un manso que, tras haber sufrido un golpe a la entrada de corrales, se fue hacia la salida donde finalmente murió por las citadas circunstancias.
Me pregunto cuál será el destino de los 'cebaditas' rechazados por los veterinarios de Pamplona pero alabados por muchos aficionados. Zabala de la Serna igual los mandaba "a la puñetera calle de los bousalcarrer", destino que señaló en su crónica para la mansada de Alcurrucén. Gracias por la recomendación pero en la calle, como en Pamplona, no vale todo.
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