Por Patricia Rodríguez
Hemos perdido los papeles. O los hemos roto. No lo
tengo muy claro. Minutos antes de que los Torrestrella tomaran las calles de
Pamplona el periodista Javier Solano denunciaba packs turísticos que incluían
correr el encierro. Una se ha imaginado a ese grupo de “guiris” abandonados a
su suerte sobre los adoquines de la Estafeta y los ha unido a las estadísticas
del hierro gaditano. 22 corneados en 11 carreras. Nada más que decir. Bueno, sí:
“Good luck!”, que es lo que les habrá dicho el guía antes de salir del vallado
con el cartelito en mano.
Hoy se esperaban cornadas. Y matizo: se preveían dos
atendiendo a los números. Lo que sí se esperaba o, matizando también, lo que se
deseaba, era ver emoción, peligro, ese picante que tenían el cometido de poner los
de Torrestrella ‘in memorian’ de sus paisanos rechazados. Pero estos sanfermines
todo eso se cotiza tan alto como un balcón en el recorrido. Estamos en crisis,
señores.
Ajenos a todo eso, los ‘encierroturistas’ hacían bulto
en la calle esperando los ‘bulls’ o lo que sea que esperen. ¡Dios nos pille
confesaos! Los seis toros, de pelajes variados, salieron de los corrales de la
Cuesta de Santo Domingo hermanados, una colocación que mantuvieron hasta bien
entrada Estafeta con un comportamiento mecánico que no era ni lo que se
esperaba ni lo que se deseaba.
La manada se fue disgregando ya en los últimos
metros del vial, lo que otorgó tensión a la carrera y permitió a los corredores
colocarse en uno de los cuatro grupos que se formaron. Mientras los cinco
primeros toros entraban en la plaza, en la bajada al callejón se complicaba el
asunto con un sexto que había quedado descolgado. Se prolongaba así el encierro
y aumentaban las probabilidades de que se cumplieran las temidas cifras.
No demostró malas maneras -sí miradas- el Torrestrella contra los
corredores que lo llevaban. El gesto, y la gesta, se produjo cuando un mozo
evitó a la rodada que el toro llevara a cabo su intención de volver hacia las
calles ya dentro del callejón. Y, sin más, el ejemplar entró en chiqueros a los
2’ 47” con la ayuda de los dobladores. Terminado el festejo el guía
volvía a buscar a los suyos de nuevo con el cartelito en mano mientras ellos
celebraban seguir vivos o no haber muerto tras participar en un encierro en el que, visto lo visto, se han perdido los papeles y no únicamente los de las estadísticas. Hay viajes que
salen caros. Pero, por desgracia, no solo para aquellos que compran el billete.
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