Por Patricia Rodríguez
Ilustración: Cristina Rodríguez
Pamplona perdió la
sonrisa. Difícil en plenos sanfermines. Cuando la ciudad se aísla de la
realidad para crear una paralela en blanco y rojo. El nudo en la garganta, la
noche en vela, la mente alejada del cuerpo en las verbenas siguieron a una
noticia que se produjo fuera de las fronteras de la vieja Iruña. En la víspera
del cuarto encierro, de Pedraza de Yeltes, un hombre había perdido la vida en
el ruedo. En el de otra plaza en otras fiestas: Teruel y las del Ángel.
Pamplona perdió la
sonrisa. Y nosotros con ella. Por él. Por los suyos. Víctor Barrio había dado
su vida al toro. La cara amarga, la cruz, de una fiesta vestida de luces. No
había nacido el torero segoviano cuando se produjo la última cogida mortal a un
matador en una plaza de toros española. Cuando "Burlero" elevó a los
cielos al "Yiyo". Solo un año después de que “Paquirri” se
convirtiera en mito.
Más de 30 años se
cumplían de ambas tragedias esta temporada. El tiempo, sin embargo, no había
curado aquellas heridas que los aficionados guardan en el corazón. El tiempo,
traicionero, solo nos había ayudado a apartar de la mente que uno va a la plaza
dispuesto a morir. Y muere. Dura lección que debería venir aprendida para poder
tomar parte de un festejo, de plaza o de calle. Conscientes eran los tres
matadores. Lo dijo el pequeño de los Cubero: “¿Y qué si un toro me parte el
corazón?”.
Pero no todos están
dispuestos a jugársela al todo o nada por amor al arte. Hay que ser
tremendamente generoso para eso. Arte que algunos consideran en vías de
extinción. Es más, trabajan por y para extinguirlo. Los mismos –aunque no es de
justicia generalizar- que desde aquella maldita tarde del pasado 9 de julio no respetaron
el descanso del que se había ido ni el luto de los que se quedaban.
Bajeza humana que se
aprovecha de la libertad de expresión para dañar al que no piensa como ellos,
que no entienden el significado de vivir en democracia. Quedan retractados con
sus actos. Palabras y hechos repugnantes ante los que el sector y la afición
dijo “basta”. Ante los que la familia de Barrio dio una lección de humanidad. Unión
en tiempos de crespón negro que debe mantenerse por el bien de la tauromaquia.
Decía el torero natural
de Grajera que “la tauromaquia no hay que defenderla, hay que enseñarla”. Ardua
tarea explicarles de qué va esto cuando no comprenden de qué va la vida. A los
que oyen, pero no escuchan. A los que no quieren saber para mantener su
discurso. Posible, sin embargo, al resto. A los que aún tienen todo por
aprender. Imprescindible, por otro lado. Solo se ama lo que se conoce.
*Artículo publicado en el Anuario Bou per la Vila de la temporada 2016 de la provincia de Castellón. Más información www.bouperlavila.es