Por Patricia Rodríguez
Artículo publicado en el Anuari Bou per la Vila 2012
Siempre
recuerdo una frase que me dijo el maestro José Miguel Arroyo ‘Joselito’ en el
Curso de Periodismo Taurino: “Aquí
queremos crear monstruos, pero monstruos buenos” en referencia a la necesidad
de tratar con respeto la información taurina y a sus protagonistas objeto de
“muchos ataques”, incidió el torero madrileño.
Desde entonces siempre he querido ser
un monstruo bueno. ¡Qué cosas! Con esa pretensión, al menos, es con la que cojo
papel y boli cada vez que me dispongo a cubrir un festejo, resaltando lo bueno
sobre lo malo pero nunca mintiendo, en base a mi propio criterio. Lo bonito del
mundo del toro es precisamente eso, que cuando se termina la tarde todos hemos
visto lo mismo y todos hemos visto algo diferente.
El objetivo de ser el monstruo (sí,
bueno) que ‘Joselito’ me incitó a ser se complica cuando se produce una cogida
y en la redacción no conocen esa máxima ni tan siquiera a aquel niño de dura
infancia que se convirtió en figura del toreo en los años 90.
Esa sensibilidad es casi imposible de
tener si tu profesión no va acompañada de tu afición. Pero más allá de ser
periodista y taurino o periodista taurino -en el mejor de los casos- no podemos
obviar que los medios de comunicación son empresas y, como tales, quieren
vender más periódicos o alcanzar mayores cuotas de audiencia que la
competencia.
Y esas son las verdaderas razones, a las
que cabe sumar el concepto de noticiabilidad, que llevan a la dirección de un
medio a ilustrar una portada o abrir un telediario con la imagen de una cogida
tanto si se registra en una plaza como en una calle. Sin embargo, las
consecuencias van mucho más allá para la fiesta y, en concreto, para los bous
al carrer, a los que en ocasiones se mide injustamente según el número de víctimas.
Los medios generalistas -no así los
locales o especializados-, alejados de lo que sucede a pie de calle cuando se abre
el toril más allá del embroque con la tragedia, han convertido a la prensa en
el enemigo de los aficionados, que miran con tanto recelo a los periodistas
como a los antitaurinos. ¡No me compares!
Cubrir un suceso no significa un ataque
al colectivo. Todo depende de los ojos con los que se mire, de las palabras con
las que se narre y, por supuesto, de las imágenes que las acompañen. El riesgo
es tan innegable en el mundo del toro como la búsqueda de la verdad en el
periodismo.
La misma verdad que me lleva a
asegurar, por si alguien aún lo dudaba, que si como aficionada desearía que no
hubieran cogidas como periodista desearía, además, no tener que cubrirlas.
Los
monstruos, al menos los de ‘Joselito’, también tenemos sentimientos.
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