Por Patricia Rodríguez
A veces preguntarse el porqué es un absurdo. No se
enamora uno a voluntad ni a voluntad torea, diría Belmonte. Cosa del corazón
debe de ser encerrarse entre 850 metros de adoquines con miles de personas y
seis toros cerriles. Un supuesto tan válido como cualquier otro porque los
créditos de ‘Encierro 3D. Bull running in Pamplona’ aparecen antes en pantalla
que la respuesta.
En esa explicación de lo imposible, en ese querer
sin saber si algún día serás correspondido, se mueve el film dirigido por
Olivier Van der Zee en plenos sanfermines. Más que una oda a la carrera, un
canto a los que la corren. La figura del corredor es elevada al séptimo arte en
calidad de héroe y anónimo, de loco y cuerdo, mientras sus testimonios a cámara
-sobre un fondo negro que les confiere mayor protagonismo- muestran el lado humano
de la ‘Fiesta’ que escribió Hemingway.
Si sus palabras cargadas de sentimientos no llegan
al espectador, es imposible que el corazón no se comprima y estalle a la vez
con las imágenes del encierro. Sentado en la butaca y sin vestir de blanco y
rojo como mandan los cánones en la capital navarra para intentar tocar pelo,
uno siente la angustia y la emoción que puede sentir un mozo que, en su caso
sí, se juega la vida alrededor de las 8 de la mañana entre el 7 y el 14 de
julio.
Un trueque de emociones que consigue un sonido
espectacular que cala en los adentros de los observadores, que terminan
sintiendo como propios los suspiros de la espera, la intensidad de los gritos o
el dolor de los golpes. Los impresionantes planos de la carrera, algunos inéditos
hasta ahora en este acto, meten de lleno en la acción en la que cobra especial
relevancia la cámara lenta y la música. El ritmo del documental, en el que
predomina una narración cronológica de los hechos, pierde fuerza al intercalar
planos de espacios sin movimiento que, quizá, hayan sido utilizados para
regular el ritmo cardiaco hasta lo que un médico consideraría normal.
El punto “guiri”, al que se mira de reojo entre las
maderas del vallado, resulta inevitable con una obvia voz en off o las explicaciones
referentes al toro bravo, con el siempre recurrente uro, pertinentes para un
gran público sin conocimientos previos. Sin embargo, la selección de
testimonios internacionales y de la casa -¡Qué gusto oír a (y la voz de) Javier
Solano!- suponen un quite con el capotillo de San Fermín a los foráneos; para
los que no existe la presunción de inocencia y son considerados un estorbo para
los que realmente van a correr. Como en todo no se puede generalizar.
Con los 80 minutos de grabación casi recorridos, la
muerte aparece en forma de cornadas con los peligrosos montones, la cogida de
Julen Madina en el callejón de entrada a la plaza o el toro “Capuchino” de
Jandilla. Un nombre tristemente unido al de Daniel Jimeno, el corredor
madrileño a través del que la cinta homenajea a los 15 muertos en carrera. Las
lágrimas de su padre, otro amante de los sanfermines, son lágrimas compartidas
y no precisamente por el efecto 3D, que no tiene desperdicio durante el
visionado del encierro en sí pero que podría ser prescindible en lo que resta
de minutado.
En busca de una respuesta a ese porqué, miles de
personas, entre corredores expertos, nóveles y algún que otro explorador de
nuevas experiencias, llenarán de nuevo Pamplona tras cada ‘Chupinazo’. No
encontrarán la respuesta que buscan pero, a buen seguro, volverán otro ‘sanfermín’
con la excusa de encontrarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario